Itinerario de 5 días en Tokio

Tokio es inabarcable en una sola visita, por lo que un itinerario bien estructurado se centra en los barrios clave, que a menudo contrastan fuertemente entre sí. Desde los rascacielos iluminados de Shinjuku hasta los templos antiguos de Asakusa, cada día ofrece una experiencia distinta.

JAPÓN

Día 1 en Tokio:

Hemos perdido la cuenta de las horas de viaje hasta Tokio, pero por fin, ¡llegamos! Cogimos dos trenes hasta llegar a Ikubukuro, barrio donde se encuentra el apartamento para las próximas cinco noches. Salimos a dar una vuelta por nuestro barrio y a captar las primeras impresiones de la ciudad. Ikebukuro no es uno de los barrios más imprescindibles, pero es un buen lugar para alojarse, ya que tiene de todo sin ser la locura de otros como Shibuya o Shinjuku. Entramos en la famosa tienda Don Quijote que vende absolutamente cualquier cosa y también en un Panchiko, donde los japoneses se dejan todo el dinero en una especie de tragaperras de bolitas, cuyo objetivo no llego a comprender. Pisos y pisos de juegos con la música a tope, luces y personas solitarias jugando sin parar. Empezó a llover y fuimos a tomar una cerveza y picar algo mientras nuestras amigas venían al encuentro. El primer contacto con la gastronomía japonesa no estuvo nada mal, con una tapa de bonito fresco por menos de tres euros y unas gyozas igualmente baratas. Después, probamos el katsudon, un sabroso filete de cerdo empanado con arroz y tortilla.
Tras el largo viaje y tanto estímulo nuevo estábamos agotados, y volvimos pronto al alojamiento a descansar.

Día 2 en Tokio:

No fuimos capaces de madrugar después de un día tan agotador como el anterior. Preferimos tomárnoslo con calma y sobre las diez salimos a buscar nuestro primer desayuno del 7eleven, que probablemente iba a ser un ritual en este viaje. El café muy decente y hay una variedad aceptable de cosas dulces y saladas a buen precio. Después, nos dirigimos en tren al Santuario Meiji, el primero en visitar y uno de los más famosos de Tokio. Había bastantes turistas por la zona, nada que ver con lo que habíamos visto hasta el momento tanto en Ikebukuro como en el transporte público. Aún así, ¡mereció la pena! Nos juntamos con las chicas en los Jardines Imperiales y atravesamos la concurrida Takeshita st., rumbo hacia el barrio de Shibuya. De camino, entramos en varias tiendas, pero ninguna mejor que la de Harry Potter. Esa nunca falla. Cerca de allí comimos un ramen delicioso por seis euros que no pudimos terminar del tamaño que tenía.

Ya por la tarde, continuamos caminando hasta llegar al mega archiconocido cruce de Shibuya, uno de los más transitados del mundo (según hemos leído en internet). Lo cruzamos nada menos que nueve veces, entre risas y rayos de sol del atardecer que se colaban entre los rascacielos repletos de anuncios. Dudo que sea el cruce más grande que haya visto, pero sin duda, tiene mucho encanto y se merece una buena sesión de fotos y videos. Callejeamos un poco más por el Shibuya, entrando en una tienda-bunker de comics y en un edificio que celebraba el décimo aniversario de Netflix donde pasamos un buen rato divirtiéndonos. Finalmente, encontramos un garito solo con locales donde nos tomamos un cóctel y volvimos a nuestro barrio Ikebukuro para cenar algo en el mismo sitio que el día anterior.

Día 3 en Tokio:

Como todos los días, tras despertarnos fuimos al 7eleven a desayunar antes de empezar las visitas. Comimos el tren hasta el Ginza Yanaka, una zona poco turística de la ciudad, pero que todavía estaban poniendo las calles cuando llegamos. A pesar de que empezara a chispear, decidimos ir andando hasta el Santuario Nezu, uno de los más tranquilos que hemos visitado en Tokio. Cuenta con una pasarela de Toris rojos en miniatura, un pequeño estanque y el propio santuario es precioso y muy colorido. Después decidimos coger el tren hasta el famoso barrio de Asakusa, sin duda el más masificado que hemos visitado, probablemente, en todo el viaje. Subimos al centro de turismo desde donde se pueden ver las calles desde las alturas (¡gratis!) y algunos rascacielos más lejanos. Cogimos fuerzas antes de entrar en el Santuario Senso-ji que, a pesar de ser el más espectacular, estaba atestado de gente y fue imposible encontrar un sitio tranquilo para disfrutarlo. Dimos una vuelta por Asakusa y probamos los famosos takoyakis o croquetas de pulpo. Escapándonos de la lluvia como podíamos, cogimos el metro que nos dejó junto al Santuario Kanda, muchísimo más calmado que el anterior. Entramos en un centro de visitantes donde había una exposición de samuráis y tuvimos la oportunidad de probar un exquisito Sake. De allí caminamos hasta el agitado barrio Akihabara, conocido por las miles de tiendas manga, juegos, electrónica y de cualquier cosa estrambótica que os podéis imaginar. Nunca me había imaginado tanto producto de este tipo ni a tanta gente interesada en ello. ¡Para mí es todo tan desconocido! Por la zona comimos un katsu curry bastante rico y que nos llenó para el resto del día. Antes de volver en tren agotados y sobreestimulados por tanta luz y ruido, probamos unos divertidos juegos arcade de baile y el mítico Pinball. ¡Fue muy divertido!

Día 4 en Tokio:

Una de las cosas que más me gusta hacer en una ciudad es verla desde las alturas y más aún si se trata de una inmensa metrópoli como Tokio. Decidimos ir al rascacielos Tokyo Ctiy View a primera hora y fue todo un acierto. ¡Tiene unas vistas espectaculares hacia todos los ángulos de la ciudad! Después, cogimos el metro para ir al mercado Tsukiji en el que había demasiados turistas y los precios estaban disparados, pero, como teníamos mono de sushi, dimos una vuelta hasta encontrar un puestito de sushi a buen precio, y tomamos una cerveza sentados en una escaleras de la calle. Luego, caminamos hasta el Jardín Hamarikyu, un remanso de paz en medio de rascacielos grises en el que descansamos un ratito. Desde allí cogimos el tren que cruza el río y la marina hasta Odaiba, una isla desde la que se puede apreciar el enorme puente de Tokio y parte del skyline. Desafortunadamente, la lluvia fue a más hasta que empezó a caer con tanta fuerza que tuvimos que refugiarnos en un centro comercial. Comimos un ramen aceptable (nada que ver con el primero) y esperamos hasta que terminara aquello que parecía el fin del mundo. ¡Pocas tormentas tan fuertes he visto! Volvimos en tren y metro como pudimos, apretándonos con la gente hasta un punto que costaba respirar. Al fin, logramos montar en uno de los trenes con retraso y fuimos literalmente como sardinas en lata hasta Shinjuku, uno de los barrios con más movimiento de Tokio. Conseguimos salir de la laberíntica estación (conocida como la más transitada del mundo) y anduvimos entre avenidas con cientos de carteles luminosos, ruido y muchísimas gente. Vimos el popular gato en 3D en la esquina de un edificio y, después, atravesamos la curiosa zona Golden Gai, repleta de diminutos pubs que antaño servían de prostíbulos. Ahora son unas callejuelas frecuentadas tanto por locales como turistas, especialmente por la noche el fin de semana. Estábamos demasiado cansados para salir aquella noche, preferimos dar un paseo más por Shinjuku y volver otro día con más energía, para disfrutar de Golden Gai como era debido. Antes de aventurarnos otra vez con el tren de vuelta al alojamiento, probamos un soba en un local muy auténtico del famoso callejón Omoide Yokocho. Al igual que el ramen, también es una sopa, pero cambia el tipo de noodles, y se sirve tanto caliente como fría. ¡Estaba muy rica!

Día 5 en Tokio:

Último día en la gran ciudad y todavía teníamos lugares pendientes de visitar. Primero fuimos al Santuario Yasukuni, uno de los más tranquilos y que más nos ha gustado en Tokio. Se atraviesa un enorme Tori de bronce hasta llegar al edificio principal, muy frecuentado por japoneses lo que le daba una mayor autenticidad al lugar. Lo visitamos con calma y también un pequeño pero bonito jardín japonés y la sala de entrada del museo de la guerra, donde se exponían un avión y un tren espectaculares. Desde Yasukuni fuimos caminando hasta el Parque Chidorigafuchi, justo en frente de la ciudadela que rodea el Palacio Imperial. No tenía nada de especial, probablemente en primavera con los cerezos en flor esté mucho más bonito. Rodeamos los muros hasta llegar a la puerta principal de los jardines del Palacio Imperial. Sinceramente, no nos llamaron mucho la atención, dimos una vuelta por la zona y no tardamos mucho en buscar un sitio para comer. Encontramos un restaurante especializado en monjayaki, una especie de crep con base de col al que se le pueden añadir los ingredientes que quieras, se pica y mezcla todo en una plancha en la propia mesa. Además de estar muy rico, ¡fue todo una experiencia! En la misma planta alta del edificio, había una terraza con vistas a la “antigua” estación central de tren rodeada por bastos rascacielos. Pudimos echar una siestita allí mismo y recargar energías para continuar el día. Queríamos despedirnos de nuestras amigas, ya que al día siguiente se iban a Indonesia, así que cogimos el tren hasta el parque Ueno y pasamos la tarde allí con ellas.  es un gran parque muy agradable para pasear que cuenta con un templo, una amplia laguna con nenúfares y varios paseos bajo los árboles que en época de floración deben estar preciosos. Tras el atardecer, decidimos adentrarnos en Ueno, cuyas calles estaban a reventar de locales comiendo y bebiendo, posiblemente porque era sábado. Era una locura y no fue fácil encontrar un establecimiento tranquilo para tomar algo. Al final nos sentamos en uno y estuvimos a gusto tomando unas cervezas, antes de ir a cenar sushi a uno de los típicos restaurantes que vas pidiendo y te lo traen por una cinta. La experiencia mereció la pena y fue realmente barato. Después si, llegó el momento de despedirse y fuimos a descansar.